Carta Abierta sobre la Terapia Gestalt

A la comunidad académica, profesional y estudiantil interesada en la Terapia Gestalt,
 
La reciente controversia en torno a la Terapia Gestalt ha puesto en evidencia una realidad innegable: su desvirtuación a lo largo del tiempo ha permitido que sea desacreditada y categorizada como una pseudociencia. Esta situación no es casual, sino el resultado de la proliferación de una Gestalt desprovista de su base teórica, reducida a un conjunto de técnicas descontextualizadas que han ocupado el lugar de su estructura epistemológica y filosófica. Una Gestalt basada en lugares comunes o clichés que se intentan aplicar indiscriminadamente en todos los casos. Lugares comunes que aportan certeza al terapeuta pero que invalidan la realidad actual del paciente. También estamos hoy ante una forma de Gestalt-collage o de eclecticismo gestáltico donde se mezclan indiscriminadamente y sin justificación psicológica, filosófica y epistemológica una multitud de herramientas o dispositivos nunca cuestionados: eneagrama, tarot, biodescodificación, trabajos artificiales sobre el niño interior, y un largo etcétera. Todo esto sólo revela que el terapeuta que aplica todo esto, cual mago de feria, no posee una comprensión auténtica y profunda de la Terapia Gestalt. Si la Terapia Gestalt es todo lo que al terapeuta se le antoje, entonces la Terapia Gestalt no es nada. Todo esto es expresión de una carencia penosa: los gestaltistas han desdeñado o despreciado el saber, el pensamiento filosófico como trabajo conceptual, el rigor epistemológico y el método. Es la herencia maldita del Perls hippie que, para acomodarse al mercado gringo, tuvo que construir una terapia basada en lo espectacular, en la catarsis y en el culto al héroe. Porque es cierto: muchos gestaltistas introyectaron la figura de Perls y repiten sus maneras, actitudes y técnicas sin jamás pasarlas por la criba de la razón. Es imperativo recuperar la profundidad de este enfoque y reivindicarlo desde sus fundamentos legítimos.

Uno de los principales problemas ha sido la difusión de una Gestalt ateórica, un concepto erróneo en sí mismo, pues toda práctica está necesariamente sostenida en una estructura de pensamiento. Todo terapeuta lleva, quizás a pesar de sí mismo, las lentes de una metafísica, una ontología, una epistemología más su propia historia personal. Es decir, todos llevamos supuestos no cuestionados que configuran nuestra experiencia diaria. Revisar esos supuestos, cuestionarlos, reformar el entendimiento, es sumamente necesario para la práctica clínica. Sólo pueden hablar de una Gestalt ateórica los que no pueden argumentar su propia práctica. Kurt Lewin dijo: «No hay nada más práctico que una buena teoría». Sin embargo, se olvida que lo contrario también es cierto: «No hay nada más teórico que una buena práctica». Toda praxis, cuando es tal, conlleva una reflexión, un montaje conceptual, una metabolización de la experiencia desde la reflexión. El trabajo teórico (ya lo dijo Piaget) abre zonas de la realidad, campos de conciencia, que previamente permanecían velados. La experiencia, necesariamente, tiene que ir acompañada de entendimiento, y la trenza de estas dos potencias sintetiza verdadera comprensión de la práctica clínica.

La promoción de una terapia basada únicamente en la espontaneidad, la catarsis y el uso mecánico de herramientas como la silla vacía ha llevado a que se pierda la riqueza del enfoque, minimizando la relevancia de su texto fundacional: Terapia Gestalt: Excitación y Crecimiento de la Personalidad Humana. Esto ha generado una fragmentación que ha hecho que la Gestalt se convierta en un conjunto de técnicas sin sustento, en lugar de un modelo con bases filosóficas, psicológicas y epistemológicas bien definidas.

Otro de los errores fundamentales ha sido la mala interpretación del concepto de holismo. Se ha asumido de manera equivocada que este término justifica la integración de prácticas ajenas como el eneagrama, las constelaciones familiares o el tarot, cuando en realidad la visión holística de la Gestalt está fundamentada en la fenomenología, la hermenéutica y la teoría del campo. La incorporación indiscriminada de estas prácticas ha generado un sincretismo que desvirtúa la propuesta original y refuerza la percepción de la Terapia Gestalt como una disciplina carente de rigor teórico.

Además, es necesario aclarar que la catarsis, aunque puede ser un elemento dentro del proceso terapéutico, no es el centro del enfoque. La Gestalt no busca simplemente liberar emociones reprimidas ni inducir experiencias intensas sin dirección. La conciencia reflexiva no surge del simple desahogo emocional, y herramientas como la silla vacía no pueden garantizar por sí solas un proceso significativo si no están enmarcadas dentro de un análisis riguroso de la experiencia del contacto. Al poner el énfasis en la catarsis, los terapeutas convierten a los pacientes en meros objetos de reproducción de un saber ya institucionalizado. La Terapia Gestalt, desde el libro fundacional, propone la comprensión profunda de la experiencia del paciente. Comprensión movilización, apertura hacia nuevas posibilidades de vida, expansión del campo de conciencia. Catarsis sin comprensión es retraumatización.

Por otro lado, es importante comprender que en la fantasía no hay posibilidad de contacto real. Imaginar que se está comiendo una manzana no sacia el hambre, del mismo modo que recrear escenarios en la mente no genera un verdadero ajuste en la relación con el entorno. La Terapia Gestalt enfatiza la experiencia en el aquí y el ahora, en la relación concreta con el mundo y con los otros, evitando caer en la trampa de la evasión disfrazada de proceso terapéutico.

Para recuperar la profundidad y el sentido de la Terapia Gestalt, es necesario replantearnos su enseñanza y su práctica, dejando de lado interpretaciones erróneas que la reducen a un conjunto de técnicas aisladas. Si queremos reivindicar la Terapia Gestalt y posicionarla con el rigor que merece, es fundamental asumir que no es un modelo clínico en el sentido tradicional. Su función no es curar, sanar, cambiar, resolver o cerrar procesos, sino comprender la experiencia del contacto: cómo una persona se relaciona con su entorno y cómo se ve impedida de hacerlo. Su propósito es el análisis fenomenológico de la experiencia, tratando de captar la intencionalidad del otro y cocrear un encuentro significativo, en lugar de aplicar de manera rígida un ciclo de la experiencia que termine etiquetando al paciente dentro de categorías como “desensibilizado”, “introyectado”, “retroflector”, “confluente”, etcétera. La Terapia Gestalt no busca desbloquear mecánicamente estos ajustes sin comprender su función adaptativa en la vida del individuo. Más que un obstáculo, cada ajuste es la mejor estrategia creativa que la persona ha desarrollado para adaptarse a su contexto.

Desde esta perspectiva, debemos alejarnos del intento de encajar la Terapia Gestalt en el paradigma clínico tradicional, que la evalúa con criterios positivistas y mecanicistas. Criterios que se han impuesto como los únicos válidos para abordar la existencia humana.

Pero no seamos ingenuos, gracias a los aportes de Foucault, entendemos que saber es poder. Los que definen qué es la verdad y cuáles son los medios legítimos para llegar a ella, también tienen intereses políticos, económicos, sociales. Los que definen la verdad, desde sus posiciones de poder, también tienen sus pasiones, aversiones y preferencias. Como ejemplo sólo basta preguntar cuántos de los que pretenden que la Gestalt es una pseudoterapia, se han tomado el tiempo de leer y entender el libro fundacional de la Terapia Gestalt. ¿Cuántos de ellos conocen adecuadamente el método fenomenológico?

La respuesta sorprendería, y sorprendería tanto como el hecho de que en muchas escuelas de Terapia Gestalt la fenomenología es incomprendida y degradada a frases huecas y sin sentido. Si los estudiantes de Terapia Gestalt comprendieran el método fenomenológico, dispositivos de control como el eneagrama no se sostendrían. Tal vez por esto los representantes de estas escuelas pretendidamente eclécticas detestan la luz de la reflexión filosófica. No se pueden sostener sectas donde el terapeuta es una autoridad incuestionable donde aparece la antorcha del pensar claro y hondamente comprometido con la Otredad.

La solución no es crear instrumentos que pretendan medir la experiencia desde los estándares positivistas y cientificistas, sino fundamentar la Terapia Gestalt desde sus propias bases epistemológicas: la fenomenología, la hermenéutica y la teoría del campo. La investigación y la validación no deben buscar emular los modelos de otras disciplinas, sino sostenerse en la coherencia interna de su propio marco teórico.

Asimismo, es necesario aclarar que una mirada unitaria promovida por la Terapia Gestalt no implica mezclar indiscriminadamente enfoques como el psicoanálisis y el conductismo, sino desarrollar una visión integradora que incluya diversas perspectivas sin diluir la esencia del enfoque gestáltico. La Terapia Gestalt no niega la existencia de lo intrapsíquico, sino que lo comprende dentro de la relación organismo/entorno. Esto no significa que debamos adoptar técnicas intrapsíquicas ajenas a la Terapia Gestalt, sino entender que la experiencia subjetiva ya está incluida dentro del análisis de campo, sin necesidad de fragmentar el proceso.

Es el momento de unirnos como comunidad gestáltica para fortalecer nuestra disciplina, no desde la sumisión a paradigmas externos, sino desde la solidez de nuestros propios fundamentos. La defensa de la Terapia Gestalt no pasa por encajar en un sistema clínico que no le corresponde, sino por demostrar que, dentro de su propio marco teórico, posee la profundidad y el rigor necesarios para sostenerse con dignidad y legitimidad. Dejemos atrás la fragmentación y construyamos juntos una Terapia Gestalt que pueda reivindicarse sin concesiones, sin confusión y con la firmeza que su verdadera esencia merece.
 

Atentamente,
Centro de Psicoterapia Gestaltung, A. C.